2 de febrero de 2019

Cena y Escena

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Del terror a la gloria en un sorbo de vino

Como gerente de ventas, consideré que la introducción de cierto nuevo producto al mercado requería de la intervención de un reconocido líder de opinión de primera línea, así que lo invité a una cena de negocios, en el lugar que él dispusiera.

El personaje eligió un restaurante, discreto y elegante, muy exclusivo y excluyente, o sea, visitado por muy pocos y selectos clientes. Y, claro, muy costoso. Así que, con solo llegar al lugar, empezó mi suplicio.

Puesto que no uso tarjetas de ninguna clase, acudí aprovisionado con un presupuesto en efectivo que consideré de sobra apropiado para cubrir una cena convencional para dos personas, con algo de licor incluido.

Con lo que no contaba era con que el personaje llegara acompañado de una bella chica, forrada en un corto y estrecho traje, hombros afuera, casi una bufanda, mucho más joven y atractiva que él y a quien obviamente presentó como su asistente, su mano derecha, su ángel guardián.

Al momento de ordenar, la diva dijo que tomáramos vino. Mi invitado se mostró insatisfecho con la carta, así que solicitó la presencia del sommelier, quien apareció muy atento y diligente y nos ofreció un fabuloso español gran reserva, fuera de concurso (y fuera de mi presupuesto, pensé yo).

El vinillo sí debía estar muy bueno, a juzgar por el gesto de delectación que compartían ellos (a mí solo me sabía a billetes que se escapaban sorbo a sorbo). La diosa tomaba como si fuera agua, agotando su copa en segundos, la cual era diligentemente escanciada por el atento mesero. A la quinta copa ingerida de ese modo, alcancé a pensar que iba a tomar la botella y beber a pico y se me vino a la memoria la película Garganta Profunda, así que (todo lo contrario de la película) busqué hacerla hablar, a ver si paraba de beber.

Al parecer a mi invitado no le hizo gracia el asunto de la charla, pues nos interrumpió y propuso que ordenáramos la cena, pero luego de explorar la carta, hizo llamar al chef y con aire erudito y gran sobradez le espetó:

-  Sorpréndanos con una selección de su exquisitez culinaria: vamos a probar diversos platos, pero los iremos compartiendo entre nosotros y cuando ya estemos satisfechos, paramos.

La sonrisa diabólica con la cual se retiró el chef, me hizo imaginar cómo se frotaba las manos el administrador del establecimiento y un sudor frío me recorrió todo el cuerpo. Me sacó de este ahogo el arribo de la segunda botella de vino.

Después, se cambiaron los papeles: el señor devoraba cada plato como si fuera lo último que se iba a comer en su vida (ni siquiera miraba a la princesa) y Miss Universo y yo nos limitábamos a mirarlo, ella dulcemente, entornando los ojos y mordiendo su labio inferior y yo aterrorizado.

El cerebro se me iba bloqueando a medida que yo estimaba que el precio de cada plato doblaría el de las botellas, pero mi subconsciente o tal vez mi instinto de conservación logró armar mi defensa poniendo al tipo a hablar (según era el propósito de la reunión).

La táctica funcionó con el hombre, quien luego de ensalzar y engullir los excelsos, inigualables y refinados manjares, paró de comer y se sentó en la palabra. La muñeca al parecer había asistido ya a varias disertaciones de su mentor, pues se mantuvo pegada a la botella como náufrago a una tabla, sin musitar palabra.

Cuando al fin llegamos al punto de los dolorosos, los gloriosos ya sumaban seis platos y los gozosos cuatro botellas de vino. A la tipa casi se le derramaba el español por las pupilas, el jefe quería reemplazar al español y yo, que aún daba diminutos sorbos a mi primera copa y casi no había probado bocado, no tenía ni idea de cómo iba a salir de esta. Mientras llegaba la cuenta, me retiré al baño a meditar.

Pensé en ofrecer dejar el reloj como garantía, tal y como hacía en mi juventud, en el billar de la esquina, pero eso solo produciría risa y me dañaría cualquier negociación con el restaurante, con mi cliente y seguramente, con el gremio. Luego de diez eternos minutos, sequé una furtiva lágrima y concluí que mi única opción aceptable era hablar discretamente con el administrador para decirle que había dejado mi tarjeta de crédito y que no traía efectivo suficiente (eso era más que cierto) y conseguir un crédito hasta el día siguiente.

Al regresar encontré una escena dantesca: Mi invitado había convulsionado y estaba siendo rescatado de un lago de excretas por dos paramédicos que lo acomodaban, desmayado, en una camilla, pues al parecer la mezcla y/o el exceso de escargots, almejas, salsa curry, queso azul, pato canadiense y demás, le habían producido un raro síncope. La muñeca, convertida ahora en zunga. le solicitaba con voz dulce y cariñosa al sommelier que trajera otra botella y se la tomara con ella. Cuando me vio, sonrió (un tanto extraviada) y me dijo que pensaba que yo me había escapado por una ventana, como había hecho un competidor mío un mes atrás; ordenó que me llamaran un taxi y me explicó que ella ya había pagado con la tarjeta de crédito de su jefe, que me fuera tranquilo.

No me atreví a preguntar qué porcentaje del PIB se había quedado en la registradora, pero si le di los agradecimientos a la hebrea, deseándole una pronta recuperación a su señor y el mejor de los finales para su aún joven noche.

Ayudé a meter al hombre en una ambulancia, dejé a la vagabunda en el lugar y me derrumbé, con la úlcera desgarrándome el esófago y alcanzando la epiglotis, en un taxi que me dejó en mi casa, aún despavorido y con hambre, pero con mi bolsillo intacto.

Ahora sólo hago negocios en las mañanas, antes de las diez, sazonados con una buena taza de café, simplemente.


4 comentários to “Cena y Escena”

  • 2 de febrero de 2019, 5:41 a.m.
    Unknown says:

    Jajajajajajaja ' casi se le derramaba el español por las pupilas' muy bueno!!

  • 4 de febrero de 2019, 12:11 p.m.
    Unknown says:

    Jajajaja...paso de la angustia al llanto....

  • 4 de febrero de 2019, 12:23 p.m.
    Efren says:

    Buena historia.

  • 11 de febrero de 2019, 9:06 a.m.
    PIDASE LA OTRA says:

    Gracias, Efrén... Una que otra vez, que le atinemos....

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