(Cuento corto)
Todos los amigos gorriones o
también llamados gotereros, que conocíamos de su muy reputada y bien merecida
fama de cují, tenido o tacaño, para ser más exactos, empezamos a visitarlo con
asiduidad con la esperanza de ser partícipes de tan magnífico licor, que no es
frecuente saborear, pues no hace parte
normal del bar de ninguno de nosotros, chichipatos vaciados. Cabe decir que
aunque muchos somos borrachos de profesión, cuando pensamos en ingerir bebidas
alcohólicas el factor precio es primordial ya que se juega con las horas de
compañía bebiendo y compartiendo versus la satisfacción del paladar y la
primera normalmente impera, por lo que usualmente terminamos con la famosa “pídase
la otra” en cualquier tienda de barrio.
Como sea, fuimos varios de nosotros
invitados al grado de bachiller de la hija mayor del mencionado amigo. La
charla previa rondó, no en qué darle de regalo a la graduanda ni qué irían a
servir en la cena, ni siquiera la clase de colegio del que egresó ni la futura
profesión elegida por la niña, cosas que
las señoras muy seguramente estaban discutiendo, sino en qué estrategia
utilizar para inducir al descorche de la botella codiciada.
Las ideas fluían raudas y
espumosas, como fluye la cerveza dentro del vaso. Era claro que las alabanzas
al buen y abnegado padre, que con ingente esfuerzo alcanzaba este logro, eran
los argumentos que debíamos servir como entrada, pero el plato fuerte tenía que
centrarse en el orgullo que representa ver a los hijos alcanzar una meta y lo
relevante del momento, que definitivamente constituía una razón más que válida
para celebrar por todo lo alto y en buena compañía.
A pesar de haber preparado y
seguido con rigurosidad el libreto acordado, la botella no se abrió. Para
nuestro amigo, el momento, si bien significaba una ocasión especial, constituía
solo un pequeño escalón en la larga carrera que le esperaba a su nena. Tal vez
verla graduarse de profesional ya tendría el peso suficiente (al menos cinco
años de espera, decía él), para celebrar con el raro whiskey. Fuimos
despachados entonces con unos aguardientes, no muchos porque hacen daño, hay
que manejar y el guayabo o resaca es insoportable al otro día. Así que el
intento, ejecutado según lo que habíamos planeado, terminó en fracaso rotundo.
Sobrevino entonces un raro e
inesperado suceso: nuestro equipo del alma, que nos tenía en sequía de títulos
por más de dos décadas, se coronó campeón. ¡Ese sí que es todo un motivo!
coreamos todos al unísono cuando alguien propuso visitar al cucuteño, hincha
furibundo, quien seguramente por la alegría del momento y la afinidad de la
botella con lo que nuestro equipo representa, no iba a ofrecer mayor
resistencia a abrirla y por fin podríamos calmar la sequía a la que tanto él,
como nuestro equipo, nos tenían sometidos.
El combo que se reunió fue tan
nutrido que llegamos a pensar que nos iba a tocar de a sorbito, pero a estas
alturas ya era más el reto que significaba lograr que la botella se abriera más
allá de que con ella llegásemos a quedar en estado de ebriedad. Pero no, el
fulano estaba duro de matar y aunque rebosaba de alegría como todos y gritó
como loco cada gol de la final cuando los vimos en repetición, no fue tampoco
este un momento digno del descorche (creo que en parte porque consideró que con
tanta gente no iba a alcanzar para él) y entonces arguyó que con este equipo
que estábamos viendo, esta final se iba a repetir cada seis meses a partir de
ahora. Otro trago que se pasó con amargas.
Luego vino otro evento con
connotaciones especiales: nuestro amigo fue ascendido a un cargo directivo
dentro de la compañía para la cual trabajaba. Esto tenía razones de pesos para
pensar que entonces sí había llegado el anhelado momento, pues ahora sus
ingresos se multiplicaban por un factor muy sobresaliente (después comprobamos
que esto, para un cují, solo acentúa su estado de tacañez, en lugar de
disminuirlo) y este nuevo cargo representaba un paso muy importante en el
desarrollo profesional de nuestro amigo. Bien por él.
Tuvimos nuevo conciliábulo
entre los mismos de la fiesta de grado, que ya éramos solo unos pocos y con las
mismas intenciones: encontrar las motivaciones necesarias para que diera el
paso hacia el brindis esperado. En esta ocasión había un argumento muy fuerte: en
su nueva condición, seguramente este tipo de bebidas serían de frecuencia
obligada en cuanta reunión, convención o evento empresarial estuviera, así que
no había razón para seguir conservando algo que para él ya no sería exclusivo y
raro, sino de consumo habitual.
Con sorpresa lo encontramos
ubicado en un estrato social superior al nuestro, imbuido ya de su nuevo rol
empresarial; por tanto, el tema de la botella ni siquiera se mencionó en la breve
reunión en la que estuvimos felicitándolo, que además de durar solo unos
cuantos minutos, se despachó con un tinto y un “Gracias”. Nada etílico.
Ahora estamos todos reunidos, pero
para nuestro propio infortunio y el de nuestro amigo, él no ha podido acompañarnos
de cuerpo viviente en esta ocasión, ya que estamos en su velorio, recordándolo mientras
brindamos con la botella de whiskey sello azul, añejada durante tantos años en su
bodega: su nueva condición laboral y el estrés generado por ella lo llevaron a
perderse este memorable momento.
La moraleja de esta historia
es que nunca habrá un momento ideal cuando uno quiere imponer tantas
condiciones que es imposible cumplir. El momento ideal se construye, para todo,
con simples motivos que muchas veces no requieren motivo. ¡Salud!
¿Cuál es el momento oportuno?. ¿Cuál el momento ideal?. Algunas veces nos olvidamos de que brindar, solo requiere una convención de iguales, una reunión familiar, una reunión con amigos, con colegas para celebrar un encuentro o un reencuentro.
El protocolo indica una fecha especial: la celebración de una nueva vida, el cumpleaños, la primera comunión, la boda, navidad o los buenos deseos para el año nuevo. Esto, en los eventos más formales. Sin embargo, es tan sencillo que sólo debemos llenar las copas y decir:, Prost!, Gan bei!, Santé!, Yamas!, Cheers!, Salute!, Saude!, Lejaim! … o simplemente … ¡Salud!. Salud, por ti, por mí, por los nuestros, por ellos … Un pequeño sorbo, o toda la copa de inmediato evocando los buenos deseos para todos. ¡Así de simple!.
El significado de hacer click, acercando las copas y diciendo: ¡bring dir’s!, ¡Te lo ofrezco! … Sellando sentimientos compartidos. Aquí, donde mágicamente, participan todos los sentidos, siempre habrá una razón para decir: ¡Salud!. Sin embargo, procuremos que sea ahora, porque mañana … puede ser tarde.
El momento oportuno es ya. Bien dice el adagio, quien guarda manjares, guarda pesares