Una peligrosa combinación nocturna: el alcohol,
el tabaco y el sereno, lo llevará a la perra, irremediablemente.
Me había estado bebiendo unas copas con unos
amigos en el pueblo, pero al regresar a casa algo intranquilizaba mi noche de
forma inexplicable. Decidí servirme un trago más y salí al balcón a fumarme un
cigarrillo. Un extraño ruido llamó mi atención. Volteé a mirar para ubicar de
dónde provenía el sonido y en medio de mi rasca me di cuenta de que la perra
que cuida mi portal se rascaba frenéticamente. Sentí que era un deja vú, que esto
ya me había pasado anteriormente.
Y entonces mi cerebro arrancó a reflexionar de
forma desenfrenada. Mientras yo seguía tomándome otros tragos, vinieron a mi
memoria otras perras y otras rascas, recordé estar viendo cómo se rasca una
perra, cómo camina de un lado para otro y de pronto su aparente tranquilidad se
va transformando en ansiedad. Se mueve nerviosa, da vueltas sobre su eje y
finalmente, levanta una extremidad, sin ningún pudor. Continúa de manera
persistente agitando y moviendo sus patas al tiempo o alternadamente y de
pronto está sobre el sillón, boca arriba, jadeante y sudorosa, presa del
éxtasis de su rasca. .... ¡qué coincidencia!
No pude dejar de mirar, atónito, cómo la perra
brincaba inquieta y se revolcaba sobre su cama y sobre el sillón, al tiempo que
movía sus patas y su cola, mientras acezaba de manera inclemente. Se me ocurrió
que hay rascas que se pasan con un buen polvo matapulgas y otras que terminan
en.... ¡que coincidencia! Pero, claro sin pulgas, se esperaría, porque nadie
quiere acompañar una rasca con carranchil o sieteluchas y ni siquiera con una
alergia. Empecé a imaginarme cómo sería la resaca en cada caso. En el primero,
ella iba a quedar colorada, acalorada, sudorosa, paranoica, jadeante. En el
segundo… ¡qué coincidencia!
Finalmente, la perra terminó y me miró con un
gesto de placer y de alivio. Se levantó con cierta alegría, se me acercó juguetona
y vino a olerme los genitales (¡chite chanda!),
mientras agitaba la cola y (me pareció) sonreía sin parar...... ¡que
coincidencia!
En ese momento, ya tenía yo una perra que no me
permitía razonar adecuadamente ni discernir si se trataba de la realidad, de
una alucinación o, simplemente, de una alteración de mis percepciones,
producida por mi rasca y no por la rasca de la perra. Como pude, a gatas más exactamente y agarrándome de cuanto objeto
encontraba, traté de llegar de regreso a mi cuarto, sin éxito.
Cuando
desperté al día siguiente, tirado en el piso, sobre un tapete que después me di
cuenta que era la cama de la perra, ella yacía a mi lado, plácidamente dormida,
sin cobijas ni nada, como Dios la trajo al mundo. Me levanté tratando de no
hacer ruido para no despertarla, pero ella abrió sus ojos, sacó la lengua y se
abalanzó jadeante sobre mí, en un claro gesto de que solo deseaba continuar con
su guachafita.... ¡qué coincidencia!
Ahí tuve
que levantarme rápido, gritarle el consabido ¡chite chanda! y salir aterrorizado
hacia mis aposentos en busca de un jugo de naranja o de un caldo, parado. Y decidí dejar de
beber. Al menos, en cercanía de una perra. Mis opacados sentidos me enseñaron: ¡OJO,
perra a la vista!
No pudimos menos que coincidir con nuestro
amigo. Deja la copa y el codo quietos, que no sabes dónde puedes terminar. Y,
deja de salir a fumar al balcón, que esa combinación de licor, tabaco y sereno
es letal. Más aún, si hay una perra cerca y si, peor, ¡te pones a mirarla!
Puro cuento e' borracho. Por favor es Caldo Parao, no parado.