No
hay cuña que más apriete que la del propio palo
Dionisio, aunque era un dios,
era ante todo un borracho y un vago empedernido. Era el dios de las orgías y,
claro se lo pasaba en esas. Pero como no hay cuña que más apriete que la del mismo
palo, su esposa Afrodita, diosa también, resultó ser una verdadera zunga. Con
lo cual, se hizo a la envidia y al odio de la tremebunda Hera, quien se creía
“la que más era” y metía sus narizotas en cuanto asunto de cama cocinaban los
dioses helénicos. Así que cuando Afrodita se embarazó de Adonis y le quiso
meter gato por liebre a Dionisio, Hera le lanzó a ella una maldición y el
paganini fue el pobre neonato, Príapo, quien entonces quedó destinado a tener,
además de un miembro descomunal, una parola permanente. Uno pensaría que esto
estaba muy bueno y que ¿cuál maldición?, pero veamos las consecuencias y por
qué este se convirtió en el castigo más ominoso y terrible que alguien se pueda
imaginar.
Cuando hablamos en este mismo
blog de la disyunción eréctil pensamos que
nos referíamos a la peor maldición que pueda azotar a cualquier hombre: que no
se le levante ni con rezos, ni con viagra, ni siquiera con una polea. Pero,
como vimos, la medicina actual tiene respuestas que incluso pueden llegar a
brindar una solución que conduzca a una situación mejor aún que la original.
Pero el despropósito de Hera,
llevó al infeliz de Príapo a sufrir de un mal mucho peor que el mencionado: la
tristemente célebre enfermedad por la cual lo registra la historia, el
priapismo. Esta afección consiste en que quien la padece mantiene, como Príapo,
un estado permanente de erección, pero sin que esté mediada por provocación o
excitación alguna, sin que se hayan visto un seno huyendo furtivamente de su
encierro ni una falda subida más allá de los límites impuestos por la cultura
occidental y cristiana. Sino, ahí, como se dice coloquialmente, a palo seco.
Lo
malo es que la víctima no está en condición de tener relaciones sexuales de
ningún tipo, ni siquiera con manuela, ya que no existe una motivación mental o
sentimental y, por lo tanto, por muy erguido que se vea su instrumento amoroso,
no va a funcionar: aunque parezca muy vivo, está muerto. Y, lo peor, duele. Y
mucho. O sea, que no sería como darle de comer a quien no tiene dientes sino, peor
aún, darle dientes a quien no puede morder y solo sirvan para que se martirice.
Así
que para lo único que le servía a Príapo su terrible condición era para pasar
unas penas horribles cuando se montaba en un transporte público o cuando iba a
visitar a su abuelita y ella con cariño lo estrechaba contra sí. Ni qué decir de
las izadas de bandera en el colegio o cuando le tocaba pasar al tablero y todos
le ponían
bolas, no a lo que él decía, sino a lo que se le notaba. Y ya mayorcito,
cuando todo el mundo se cambiaba de acera con el fin de no encontrárselo de
frente.
Paradójicamente,
lo único que Príapo siempre tenía por el piso era su autoestima y no podía
disimularla, ya que nunca logró encontrar una túnica lo bastante amplia. Menos
mal que no le tocó la época del jean
apretado, pues esto habría multiplicado su pena y seguramente, su dolor. Y es
que eso de estar templando carpa todo el tiempo, aparte de incómodo, resulta deshonroso,
sobre todo si es que por fin alguna cristiana se anima y se encuentra con que
es puro tilín-tilín y nada de paletas. La opción de encontrar empleo como actor
porno no era viable, porque en aquella época el porno se vivía en cada bacanal
o fiesta social, así que no se necesitaban películas y, además, él no hubiese
estado en condiciones de chicanear con más de tres servicios por tanda (ni
siquiera con uno).
Cuenta
la leyenda que esta condición y el consecuente exhibicionismo de Príapo, con su
severa mondá deambulando por las calles de Atenas, fueron las que llevaron a
los poetas, filósofos, músicos y en general a los creadores de la cultura
griega, a preferir un chito discreto en lugar de un monstruo inactivo y es por
tal razón que todas las esculturas masculinas grecorromanas muestran siempre
unos genitales que cualquier mujer de hoy contemplaría con bastante
desconfianza y hasta con desprecio.
Esta
historia también llevó a reevaluar la famosa frase de “no importan lo grande ni lo grueso sino el tiempo que dure tieso”
que para el caso que nos ocupa resulta totalmente absurda y hasta cruel, lo
cual nos lleva al eslogan de la película Godzilla: el tamaño sí importa. Pero
también nos deja ver que el tamaño (del cual muchos alardean), no tiene ninguna
relevancia si no se acompaña de su uso en el modo correcto y en la justa
medida.
Los,
por fortuna, escasos casos clínicos de priapismo tratados hasta la fecha han constituido
verdaderos retos para la medicina moderna, pues no se conoce aún un anti-endurecedor
efectivo ni una cirugía posible (distinta a la amputación), que permitan
reducir el tamaño sin detrimento del deseo, el ego propio y el favor femenino.
Dios nos libre de tan terrible mal y nos permita caer en tentación con las
herramientas adecuadas y en buen estado. Amén.