24 de noviembre de 2017

juez promiscuo

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La ciega justicia, ¿también un poco casquivana? 
En cierta ocasión un amigo cucuteño nos buscó en el bar de costumbre y con aire triunfal nos dijo: pídase la otra, mano, a mi cuenta. Y nos soltó una curiosa historia que reproducimos aquí:

Transitaba yo en mi auto por una avenida cualquiera, para ser honesto, pensando en las del gallo, es decir, con las manos en el volante y el ojo en la vía, pero con la neurona deambulando en ciertos eventos de la noche anterior. Estando en esas, al girar hacia la derecha, choqué y derribé a un motociclista que de forma imprudente intentaba adelantarme por donde no es lo debido, pero que casi siempre es por donde más les gusta a esos semovientes.

Afortunadamente para mí, porque en estos casos el imprudente siempre tiene la razón, el incidente no produjo lesiones más allá que las de mi ego, el cual quedó más atropellado que el propio motociclista cuando el policía de tránsito me indicó que le firmara el comparendo en el que yo quedaba imputado (y lo estaba) de lesiones personales, daño en coso ajeno, violación del derecho a la movilidad, flagrancia y desacato. Vale decir que a estas alturas yo ya estaba fuera de mí, gritando, manoteando y alegando sin parar y exponiéndome a ser linchado por una turba de sapos que al unísono y como en cualquier charca, no dejaban de acusarme y de defender al débil, humilde y desgraciado motociclista. Pero finalmente, el asunto no pasó a mayores y cada cual se fue por su lado.

Casi un mes más tarde y cuando yo había olvidado ya el molesto incidente, apareció ante mi puerta otro motociclista, quien me proporcionó un susto mayúsculo, pues me entregó una misiva enviada por correo certificado (es decir, en papel y con entrega personal, verificada con la firma y la presentación del documento de identidad), que contenía una citación de un juez promiscuo a comparecer ante él en sitio, fecha y hora determinados, so pena de ser condenado automáticamente. Puesto que yo no recordaba ya el asunto que les cuento, no lo asocié con ese hecho, sino que pensé que el juez me citaba en razón a mi comportamiento marital.

Busqué de inmediato el significado de promiscuo por si tenía alguna acepción especial en el área del derecho, pero no, la definición del término es inequívoca:


Promiscuo/a: Individuo que mantiene relaciones sexuales con varias personas.



Me quedó claro que un juez promiscuo se especializa en estos asuntos y por tanto está orientado a resolver estos casos por solicitud de una de las varias partes implicadas. Ahora era indispensable conocer las penas establecidas para eventos de esta clase (obvio, solo por curiosidad y celo investigativo), si había casos de cárcel (que seguramente sería casa por cárcel) o si había implicaciones patrimoniales.

Pues bien, en toda la literatura que hallé no había nada específico sobre el castigo penal (entiéndase de pena) sino sobre aspectos religiosos, donde sí hay sanciones muy graves, según cada religión, como el señalamiento, el desprecio social, el destierro y hasta la muerte con tormento incluido (como la lapidación). Pero en el entorno legal, no, nada parecía estar tipificado como delito cuando todo ocurre “por las buenas” como digo yo.

Sin embargo y ante la proximidad de la fatídica cita con el juez, decidí comentarle mi caso a un amigo abogado, quien, como buen abogado, me hizo ver que, debido a mis antecedentes y a la forma como suele reaccionar mi cónyuge, yo estaba en serios problemas y que debía llegar a ese juzgado de una vez con la mejor asistencia jurídica, para lo que fuera menester. La descomunal tarifa que me presentó para sus servicios hizo que me decidiera a enfrentar esta situación por mí mismo, con mis escasos recursos jurídicos.

Llegar al juzgado promiscuo civil municipal fue toda una odisea. Está ubicado en el centro de la ciudad, en un edificio viejo y feo y en un décimo piso, al que se sube a pie porque el ascensor no funciona. El recinto se parece más a una bodega de reciclaje de basura por las desordenadas montañas de expedientes que incluso impiden la movilidad de los funcionarios.

Y claro, la especialidad en promiscuidad se nota cuando usted oye de pasadas los casos que se ventilan en el lugar: querella de una señora contra su marido por maltrato sutil; respuesta de otra, demandada por infidelidad monetizada; lesiones personales por despechos pequeños; hurto agravado de la virginidad; embarazo no deseado por quinta vez; padre putativo comportándose como tal; conejo por estrías intensivas; amenaza con puñal en mano y mucho dolo; estupro recurrente con visos de concubinato; cirugía estética deformante de bajo costo; abandono marital en favor de terceros; ayuda alimentaria negada por alcoholismo; separación de bienes con mediación de suegra y muchos más del mismo tenor.

Sobra decir que en un lugar de este tipo el término puntualidad es absolutamente desconocido, lo que, para alguien en un caso como el mío, de total incertidumbre, produce temblores, angustia y desesperación. Cavilé durante casi dos horas sobre quién sería la posible demandante (en mi caso, la. Eso estaba claro) y sus perversas motivaciones para llevarme a un lugar tan desagradable. También especulé sobre los argumentos que yo podría esgrimir ante un jurado (que de seguro sería predominantemente femenino) y sobre cómo justificar algún incidente aislado de promiscuidad en el que pude haberme visto involucrado: una de esas malas pasadas que provoca el alcohol en exceso, que a todos nos ha pasado y nos produce profundo guayabo y el subsiguiente arrepentimiento. Una falda muy corta combinada con una actitud provocativa, no, digo, provocadora. Falta de atención y afecto que conllevan a sequías extenuantes. Un momento de inmunosupresión sentimental que por fortuna, pasa rápido. El incesante y agobiante bombardeo de sexo que vemos en los medios... en fin... me llamaron por mi nombre completo ¡era mi turno!

Llegué ante el escritorio del señor juez promiscuo. Un tornado se desató en mis neuronas y en mi memoria: por increíble que parezca, una enorme alegría me inundó por completo ante la ausencia de la turba de féminas en contubernio, que yo esperaba encontrar y, por el contrario, casi me desfogo en abrazos y besos cuando reconocí, sentado frente al juez y con su casco en la mano, al fulano de la moto que me había estrellado y fui notificado de que era por él que yo estaba allí. Lleno de regocijo, acepté todos los cargos, ofrecí mis excusas como veinte veces, alabé y di gracias a todos los santos por el excelente estado de salud del señor motociclista. Luego de comprometerme a cubrir las costas del juicio, junto con una reparación general de mecánica, latonería y pintura y los “gallos” de la moto y una indemnización de varios salarios mínimos al gentil piloto de la misma, abandoné el recinto con el júbilo de un recién liberado de secuestro.

Todavía no entiendo por qué se encarga a un juez promiscuo de ventilar asuntos de esta clase, pero asumo que como hay demasiados casos de robo, asalto, asesinato y tantos tipos de delitos, debe haber una gran congestión de los juzgados de otras especialidades y terminan por agobiar con estos a los de la dichosa promiscuidad.

Le agradecimos mucho a nuestro amigo por compartir su historia y le respondimos que la confusión sobre este asunto pudiese provenir de que, parodiando al filósofo, la promiscuidad quizás sea inherente a la ciega justicia.

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