De cómo un noble caballero cruzado, templario y hospitalario, prefirió
entregarse antes que rendirse
En el año del señor de 1250, cristianos
y musulmanes se liaron en feroz batalla, la cual terminó (como casi todas las
de la cruz) con una estrepitosa derrota de aquellos cruzados por las espadas de
sus adversarios, pero también por sus martillazos, cuchillazos o hachazos. Algotros,
más afortunados, sobrevivieron al caer flechados por los rudos combatientes
mamelucos, quienes los violaron, pues, como llevaban varios meses combatiendo,
sin ver a mujer alguna, no tuvieron reparo en tomar a sus prisioneros como
concubinas.
De esta sangrienta y espantosa
carnicería quedó una gran cantidad de miembros diseminados por doquier, toda
vez que los mamelucos eran más y los prisioneros fueron pocos. Recuerda la historia a un heroico personaje
cruzado entre mameluco y cristiano, quien luego de sufrir siete años de
cautiverio, soportando estoicamente todos los vejámenes a los que fue sometido
y siempre aferrado a su fe (pues era un destacado templario), logró escapar gracias
a un descuido de sus captores y regresar a su tierra natal.
El hombre se estableció en una
apartada región del sur de la península ibérica, donde vivió una apacible vida
como pastor de ovejas y montador de bestias. Logró gran renombre, gracias a las
fantásticas historias que relataba sobre su heroica defensa de la fe en tierras
de los infieles y a sus constantes infidelidades por la pérdida de su fe. Luego
de casarse con una doncella de la región, tuvo un heredero a quien llamó Pedro
Alonso de Guzmán.
La madre de Pedro Alonso, escandalizada
por los atroces relatos de su marido, decidió alejar a su hijo de las armas, la
guerra, las tabernas, los conflictos y los hombres y lo mantuvo en un colegio
para niñas, donde las monjas le enseñaron día a día a esquilar la lana,
espulgarla, hilarla, tejerla, bordarla y decorarla. Con los años, el joven
muchacho inventó una prenda de vestir a la cual denominó “mameluco” y que se utiliza hoy en día para vestir a los bebés, pues
los cubre por completo, es muy calientica, suave, tierna y natural, pero muy
resistente, tal como él había escuchado cuando niño, que su padre se expresaba de
los mamelucos musulmanes.
Pero como en aquella
convulsionada época las guerras y las luchas de poder (motivadas por oscuros intereses
económicos), el maltrato a los débiles y el servicio militar eran obligatorios,
nuestro protagonista fue enrolado (en contra de los deseos de su madre) en el
ejército del rey y enviado al frente, donde tuvo un muy destacado desempeño y
un gran número de nobles caballeros detrás, quienes apreciaban mucho las
prendas que él les tejía (mamelucos para adultos) “para protegeros de los rigores del frío invierno”. Además, sus
compañeros de armas (y de mamelucos, pues él se esmeraba explicándoles, con
toda la dedicación y con lujo de detalles, cómo manipularlos y utilizarlos,
mediante una juiciosa introducción en la prenda), comenzaron a llamarle cariñosamente
“el bueno”: Guzmán el bueno.
Fue así como logró escalar rápidamente
entre la oficialidad, gracias a la diversidad de formas como les brindaba calor
a sus compañeros. Y como además cobraba carísimos los mamelucos para adulto, llegó
también a adquirir una gran fortuna. Esto le hubiese permitido llevar una vida
muy feliz y apacible, pero, como basta con que alguien haga bien una cosa para
que entonces ya le quieran endilgar cinco o seis tareas más, su desempeño solo
le sirvió para recibir de su majestad el grado de comendador, bajo el cual le
fue encomendada la defensa de Tarifa, su ciudad natal, unos años después,
cuando esta fue sitiada por los enemigos del monarca, quienes pretendían
saquearla, robarla, destrozarla y violarla como si fueran mamelucos.
No habría podido acertar más el
rey en la designación del defensor de la ciudad, pues Guzmán el bueno, que
todavía tenía vivos en su memoria los recuerdos de los terribles relatos de su
padre sobre su experiencia como prisionero, decidió tejer esta vez una gran red
de informantes y defensores, quienes protegieron a la ciudad como una enorme e
impenetrable telaraña.
Pero Guzmán tenía un pequeño
hijo, al cual no le gustaba compartir las actividades de su padre y de forma
constante buscaba escapar de su control para jugar a la guerra. Pues, cuenta la
historia que, a pesar de la sólida defensa de su ciudad, un piquete de soldados
enemigos logró capturar al vástago de Guzmán el bueno. Los captores se
apostaron al pie de las murallas y comenzaron a increpar al comendador, exigiéndole
su entrega y la rendición de la plaza, so pena de matar a su hijito. Con los
ojos inundados de lágrimas y casi sin poder articular palabra, el gobernante
iba a anunciar su rendición, cuando por desgracia, sus manos temblorosas flaquearon
y una de sus agujas de tejer se le cayó sin querer, con tan mala suerte que fue
a parar a los pies del jefe de los captores, quien, considerando el gesto de
Guzmán como un insoportable agravio, les ordenó a sus soldados que ejecutaran
con ella al menor.
Ante tal atrocidad, el
comendador montó en cólera (bueno, también en su caballo) y viendo la llegada
de los refuerzos que finalmente enviaba el rey, lanzó todas sus fuerzas a un despiadado
combate, derrotó a los invasores, salvó
a la ciudad y a sus habitantes y bañado, primero en sangre, luego en una tina y
finalmente con todos los honores reales, recibió nuevamente del soberano y, a
cambio de sus excelsos servicios, muchas tierras y ganados y la mano de la hija
de un duque, adinerada heredera, quien le hizo, como a su padre, perder la fe y
caer en la infidelidad.
A pesar de las ricuras y las
riquezas de la duquesa, los genes de Guzmán lo traicionaron y le fue imposible
mantenerse fiel. Luego de su última encomienda militar, que fue la defensa de
Acre en 1291, su vida terminó cegada por un mameluco musulmán, de quien se
enamoró perdidamente y con quien convivió hasta su muerte.
Pero, lo más importante de la
vida, la leyenda y la muerte de Guzmán el bueno, es que su peripecia se produjo
durante la defensa de una fortaleza llamada Tarifa. Hoy en día su leyenda se
enseña en las clases de historia a las clases dirigentes, para que tengan bien
claro cómo es que se defiende una tarifa.