28 de julio de 2017

Homo virulentus

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No nacer, no crecer, reproducirse y no morir
La célula estuvo considerada durante mucho tiempo como la unidad estructural básica de todos y cada uno de los organismos vivos y la mínima que definía y mantenía su esencia. Esto significa que la mínima cantidad posible de perro, por ejemplo, a la cual se le puede llamar perro, es a una de sus células. Célula de perro.

Entonces descubrimos unos seres más bien fundamentalistas, de los cuales no tenemos claro si son seres o qué son. Su comportamiento se aparta por completo de los cánones convencionales de la biología y se oponen a todas sus normas. En realidad, ni siquiera sabemos si están vivos, latentes, inertes o cómo: sólo sabemos que están ahí y quizás solo para amargarnos la existencia. Más que diminutos y menos que microscópicos, son submicroscópicos, pues ni siquiera es posible verlos con un aparato óptico convencional.

Están en todas partes, infectan a todo tipo de animal o vegetal y hasta a otros de su misma categoría. Incluso a las bacterias (estos son denominados bacteriófagos, término que no se refiere, queda claro entonces, a quien se come a una bacterióloga). No los vemos ni los sentimos ni los detectamos, sino que aparecen de repente y varios de ellos han sido los causantes de las más grandes epidemias y pandemias de la humanidad. Sin embargo, hay quienes los ubican como uno de los orígenes mismos de la vida. Invisibles, omnipresentes, elusivos, peligrosos en extremo y hasta invencibles. Son los virus.

No nacen. No tenemos claro su origen, sólo que están ahí y quizás han estado ahí desde siempre, desde antes que nosotros. Quizás, hasta sean el fruto de experimentos microbiológicos. No comen. No crecen, pues en realidad son estructuras sin células, sin órganos, sin conciencia. No tienen sexo. Así que no cambian de tamaño ni se reproducen, pero sí mutan en silencio, de forma clandestina, aprendiendo, asociándose y desasociándose y así logran despistarnos aún más y hacerse inmunes a nuestros pobres intentos de detenerlos. Parecen islámicos.

Para reproducirse, no hacen “sus cosas”, entre ellos, sino que subrepticiamente se brincan el sistema inmune, ingresan de forma indebida a una célula del hospedero y violentan su ADN. ¡Vaya inquilinos! No solamente se abstienen de pagar el arriendo, sino que terminan, como corresponde a un buen parásito, adueñándose de toda la casa, del vecindario y hasta de sus alrededores, porque quien se encuentre cerca, lleva del bulto. Y mientras más cerca, más lleva.

Y finalmente, no mueren. Se pasan de flor en flor, de bacteria en bacteria y de cuerpo en cuerpo y cuando han logrado acabar con el huésped, simplemente se quedan ahí, lelos, silentes y pasan inadvertidos, esperando un nuevo incauto (que entonces será infecto) para arrancar otra vez su proceso de vida.

¿Cuál es el propósito de los virus? ¿Cuáles son sus negras intenciones? ¿Qué buscan estos diminutos juegos de fragmentos de moléculas que infectan a las células vivas? ¿Están aquí para recordarnos que no somos nada? ¿Nos los habremos inventado nosotros mismos como hicimos con los virus informáticos?

La desmitificación del paradigma que decía que el instinto de supervivencia era el primero en la escala de los instintos nos llegó por medio de los virus. El instinto básico de cualquier especie no es el de supervivencia, sino el de conservación de la especie, tal vez lo único que hace un espécimen de cualquier especie por los de su misma especie. Esto explica por qué el esposo de la viuda negra se empecina en tener sexo con ella a sabiendas de que, luego del acto amoroso, ella lo va a matar. Algunas especies de escorpiones clavan y adormecen a la hembra para que no los mate y en el caso de algunas mantis, el macho espera ver que ella está comiendo para caerle por detrás y cogerla ocupada. Tácticas todas que parecen ser de uso común también entre algunos humanos, que además añaden apagar la luz, salir corriendo, cogerla dormida, buscar otra hembra menos agresiva o, incluso, caerle mejor a otro macho.

El virus no se come a nadie. Su único propósito parece ser la preservación de la especie, lo que develaría sus negras intenciones. Su método es infectar a un pobre hospedero hasta acabarlo, lo cual podría responder a “lo que buscan”. Obviamente, el que un organismo insignificante sea capaz de exterminar al más complejo y poderoso ser que hay sobre la tierra nos abofetea el orgullo y nos aterriza en la realidad de nuestra infinita debilidad.

Pero hay algo que compartimos con este singular tipo de seres: somos el virus de este planeta. Buscamos, infectamos y acabamos con todo tipo de plantas y animales, destruimos ríos y montañas, el suelo, el subsuelo y el cielo. Como los virus, no tenemos un propósito claro para ello y somos capaces de acabar con nuestra propia especie si las circunstancias lo permiten, si amanecimos de mal humor, si nos gustó algo que tiene el vecino, si no nos gustó algo que nos dijeron o simplemente, si nos dan el ladito para hacerlo. Y así.

Pareciera entonces que los virus, vistos desde otra perspectiva, son un sistema de defensa de la naturaleza para protegerse de los invasores que quieren hacerla desaparecer y están aquí para evitar que acabemos con el paraíso en el que nos dieron vida.

Los virus. Natura tiene en su inventario millones de virus por cada ser humano. Solo que, infortunadamente (para ella), no encuentra aún el que nos logre diezmar o, aunque sea, nuevemar u ochomar. Pero, si no aparecen unos cuantos, más letales y de mayor velocidad de propagación que los que hemos conocido hasta el presente, la naturaleza y nuestra amada Tierra habrán perdido su batalla. Sólo que esta historia (que algunos protagonistas creen que será su victoria), terminará en que no quedarán especímenes de este Homo virulentus, para contarla.

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