10 de junio de 2017

matambre

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Que tienen en común una empanada, un paramilitar, un sátrapa y una fibra escondida en una región selvática
Cuando un muerto de hambre escucha por vez primera este término, así, sin que le añadan un contexto, de seguro le llegan a la mente una gran cantidad de posibles significados.

En primer lugar, los que resultan obvios a partir de su simple etimología y que, no obstante, abarcan una gran variedad, como la empanada de acuario, el bilingüe pan francés con colombiana, el chorizo refrito en aceite negro, el sándwich de empanada con pan o con calao, la papa rellena con huevo cocido entero, el sushi criollo (arepa de la esquina con su chicharrón), el pandeyuca inflado en horno a gas, la arepa quesuda (de choclo con queso derretido), el dulce roscón con bocadillo o su variante arequipeña, la mazamorra paisa con panela que vocean en la calle, el aguacate de andén que es la mera mantequilla, el mango biche con sal, el perro caliente de dos mil quinientos que incluye la gaseosa y tantas otras ofertas callejeras.

Y después, partiendo solamente de la fonética del término, llegan la pelanga peluda, que mata el hambre y además el ego, el gusto y hasta las lombrices o el preparado de miembro del toro conocido como caldo de raíz del cual usted pierde las ganas de comer una vez conocida la procedencia, por simple solidaridad de género y cuyo solo nombre le mata el hambre.

Pero Matambre también suena a alias de paramilitar del Chocó, narcotraficante del Catatumbo o sayayín del Bronx, sanguinarios y despiadados por definición y que gracias a su desmedida ansia de poder han dejado sin techo, sin tierra, sin derechos, sin salud y hasta sin hambre a todos a los que han convertido en sus víctimas, lo cual les valdría ese sobrenombre.

Bueno y por qué no pensar en los insignes políticos que han logrado, en diversas naciones oprimidas, de todas las latitudes del planeta, literalmente apropiarse del término gracias a su acuciosa manera de saquear las arcas del estado y de los particulares, matando de física hambre a sus conciudadanos, quienes, apuntando a su desgracia, terminan bautizando con este apodo a sus dirigentes.

No se puede descartar que el término fuera el nombre de un municipio del oriente colombiano, adonde sólo se llega a machetazo limpio por una trocha, luego de varias horas en chalupa y de una jornada a lomo de mula, con lo cual su denominación proviene de lo inhóspito, alejado, remoto y perdido que está y de lo difícil que resulta llegar hasta allá con algo para comer.

Matambre podría designar también a algún tipo de fibra extraída de una rama o un arbusto silvestre, muy apreciada y trabajada por artesanos de tierra caliente (probablemente del municipio ya mencionado), quienes la convierten en una singular expresión de creatividad y talento autóctonos.

Y también podría referirse a algún tipo de taparrabo utilizado por los indígenas de alguna región apartada y, que más que un taparrabo, sería un tapacontrarrabo, ya que se utilizaría para ocultar los genitales masculinos y femeninos externos y, literalmente, matar el hambre por “comer de sal” que pudiera tener la contraparte.

Pero no, el oráculo moderno (Google) define el significado de esta palabra como una pieza de carne que se encuentra entre el cuero y el costillar del ganado vacuno, también conocida como falda o sobrebarriga y que, si bien no tiene qué ver con la prenda de vestir, sí tiene relación con ella y con la ubicación anatómica de lo que la prenda suele guardar.

Así que la designación “oficial” de la palabra en cuestión, alude a una delicia culinaria preparada de maneras particulares en cada uno de los diversos países donde se consume con gran deleite y no (lo que vendría a ser todo lo contrario), a las prendas o las costumbres vernáculas, las regiones alejadas, los males ancestrales ni las comidas populares que inicialmente sugerimos.

Lo cual vuelve a demostrar que no todo lo que brilla es oro, que nada es lo que parece a primera vista y, como enseñaban los abuelos, que no hay que dejarse guiar solo por las apariencias.


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