¿Por qué las mujeres van en grupo al
baño y por
qué se demoran tanto?
Empecemos
por responder la segunda pregunta.
El gran secreto
de todas las mujeres respecto a los baños es que, cuando están chiquitas, su mamá
las lleva al baño y les enseña a limpiar con papel higiénico el bizcocho propio
y el del inodoro y luego a colocar cuidadosamente tiras de papel en todo el
perímetro de la taza, sentenciando con gran énfasis:
“Nunca, nunca te sientes en la
taza de un baño público”
Y a continuación
lleva a cabo una demostración dramatizada, mediante la cual efectúa el primer
paso de su entrenamiento en “La Posición”. La aprendiz debe ser capaz de
balancear su cuerpo sobre el inodoro, evitando tocarlo con alguna parte de su
piel, sosteniendo los glúteos como a cinco centímetros de la taza, mientras se apoya
sobre las piernas flexionadas y, en contadas ocasiones, con una muy pequeña
porción de su espalda apoyada contra el tanque de agua.
“La Posición” es una de las primeras lecciones
de vida que debe recibir toda niña y es, como ellas dicen, “súper importante y
súper necesaria”, pues la ha de acompañar durante el resto de su vida miccional. Pero después,
en los años adultos, cuando ya no se practican natación ni gimnasia rítmica,
les resulta dolorosamente difícil mantener “la posición” en aquellos momentos cuando
la vejiga está completamente cargada y a punto de reventar, aunque exista
el mito de que este pequeño reservorio no se atiborra en las mujeres con tanta
facilidad como en los hombres.
Pero, los
hombres no estamos en capacidad de entender muchos de los intríngulis de estos
requerimientos miccionales, así que es mejor que sea una mujer adulta quien nos
los describa. Cedemos el espacio entonces a esta adaptación del texto original de
una autora mexicana:
Cuando TIENES que ir a un baño público, te encuentras con una cola de mujeres que te hace pensar que allá adentro tienen a Brad Pitt. Así que te resignas a esperar, sonriendo de manera hipócrita a las demás mujeres, que también están cruzando discretamente brazos y piernas y apretando el higo, en la posición oficial de “me estoy meando, pendejas''
Finalmente te toca a ti. Eso, si no llega la típica mamá con 'la nenita que no se puede aguantar más' y con la que se va a demorar una eternidad, mientras la instruye en el uso adecuado del inodoro, “la posición” karateca y demás carajadas.
Entonces, verificas cada cubículo por debajo, para ver si no hay piernas ¡¡¡¡¡ Todos están ocupados!!!!!
Cuando por
fin se abre uno, te lanzas casi atropellando a la persona que va saliendo, pues
el sabor a champaña está inundando tu cerebro. Entras y te das cuenta de que el
maldito pasador no funciona (nunca funciona). Pero, no importa...al fin
llegaste y estás ahí.
Cuelgas el bolso, en el gancho que hay en la puerta y si no hay gancho (nunca hay gancho), inspeccionas la zona, descubriendo ¡oh sorpresa! que el suelo esta lleno de porquería y de líquidos indefinidos y no te atreves a dejarlo ahí (además porque se va la plata), así que te lo cuelgas del cuello (al estilo San Bernardo) mientras miras cómo se balancea debajo tuyo, sin contar que la correa casi te desnuca, porque el bolso está lleno de chucherías que le fuiste metiendo adentro, poco a poco y la mayoría de las cuales no usas, pero que las tienes por si acaso.
Pero, volviendo a la puerta... Como no tiene pasador, la única opción es sostenerla con una mano, mientras que con la otra te bajas los calzones de un tirón y te colocas en la “posición de ranita saltando las vías”.
Ahí es cuando
tus muslos empiezan a temblar.... porque estás suspendida en el aire, sobre las
puntas de los pies para que no se te dañen los tacones con las porquerías del
suelo, con las piernas flexionadas, los calzones cortándote la circulación de
los muslos, un brazo extendido y haciendo fuerza contra la puerta y el bolso,
con sus 5 Kg, colgando de tu cuello.
Ahora sudas
frío y sientes fatiga, así que te encantaría sentarte, pero no tuviste tiempo
de limpiar la taza ni la cubriste con papel. Interiormente crees que no pasaría
nada, pero la voz de tu madre retumba en tu cabeza:
“Nunca, nunca te sientes en la taza
de un baño público”
Así que te
quedas en la “posición de chivito al precipicio”, con el tembleque de las
amoratadas piernas... eso, si no ocurre un fallo en el cálculo de las
distancias ¡¡¡ Una salpicada finíííííísima...el chorro de miados se desvía y te
moja hasta las medias!!! Con suerte, no te mojas tus propios zapatos. Y, es que
adoptar 'la posición' requiere de gran concentración, lo cual francamente es
algo que a estas alturas ya no tienes.
Para alejar
de tu mente tanta desgracia, buscas el rollo de papel higiénico ¡¡¡peeero, nooo
hayyy!!!!
El rollo está
vacío (como siempre). Entonces suplicas al cielo que entre los 5 kilos de
cachivaches que llevas en el bolso haya un miserable kleenex; pero para buscar
en tu bolso hay que soltar la puerta… dudas un momento, pero no hay más
remedio... y en cuanto la sueltas, alguien la empuja y tienes que frenarla con
un movimiento rápido y brusco, mientras gritas ¡¡¡OCUPAAADOOOO!!!
Ahí das por hecho
que todas las pendejas mionas que esperan en el exterior han escuchado tu
mensaje y ya puedes soltar la puerta sin miedo, pues nadie intentará abrirla de
nuevo (en eso las mujeres nos respetamos mucho). En ese instante suena tu
celular, que apenas logras escuchar y que por supuesto, no puedes contestar.
Además del golpe debido al portazo, el desnuque con la correa del
bolso, el sudor que corre por tu frente, la salpicada del chorro en las
piernas... el pedo que se te salió por el esfuerzo al agacharte, el recuerdo de
tu mamá que estaría avergonzadísima si te viera así, porque su trasero nunca
tocó el asiento de un baño público, pues francamente, “Tú no sabes qué
enfermedades podrías agarrarte ahí” ... estás exhausta. Cuando te enderezas ya
no sientes las piernas, te acomodas la ropa muy rápidamente y tiras de la
palanca con el pie, ¡¡¡ sobretodo eso !!! es muy importante que sea con el pie.
Entonces vas al lavamanos. Todo está lleno de agua, así que no
puedes soltar el bolso ni un segundo y te lo cuelgas al hombro. No sabes cómo
funciona ese mugre chorro, pues no hay llaves sino sensores automáticos, así
que haces mil intentos hasta que, luego de tres eternos minutos, sale un chorrito
de agua fresca y, si es que consigues jabón, te lavas adoptando la posición de “Jorobado
de Notredamme” para evitar que el bolso se resbale y quede abajo del chorro...
Cuando hay secador, lo usas para evaporar la salpicada de las
medias (si no hay secador en el baño o no sirve, sacas el tuyo, que traes en tu
bolso) y terminas de secarte las manos en tus propias nalgas, porque no piensas
gastar tus kleenex para eso. Y sales...
En ese momento ves a tu chico que entró y salió del baño de
hombres y encima le quedó tiempo de sobra para ver nuevamente la repetición de
los goles del día anterior y quien, mirándote con cara de reproche, te dice:
-
¿Por qué tardaste...tanto?
¿Por qué no me contestaste el celular? Las preguntas del muuuy estúpido.
-
No lo oí, había mucha
cola...te limitas a decir.
Ahora resulta fácil entender la razón por la cual las mujeres van
en grupo al baño: ¡es por solidaridad! Ya que mientras una sostiene los bolsos,
otra sujeta la puerta que no cierra y otra pasa el kleenex por debajo de la
puerta. Así, mediante el trabajo en equipo, todo es mucho más sencillo y
rápido, ya que la protagonista sólo tiene que concentrarse en mantener 'la
posición' y, sobretodo, la dignidad.
Claro, esta labor en grupo y el juego de roles también implican
que haya demoras mientras ellas rotan sus posiciones y echan chisme, así que se
requiere paciencia, pues la tarea va para largo. Si usted debe vivir esta
experiencia en el rol de acompañante, dedíquese a “temas de hombres”, como observar
el panorama exterior al área de los baños y a las féminas del vecindario, cosas
que ya no podrá hacer después de que ellas regresen.