¿Qué sucede cuando un ciudadano del común es atacado en la calle por un animal? ¿Por qué hay animales que agreden a los humanos? ¿Qué hacer o no hacer en un caso de estos?
Al parecer son preguntas del mismo orden de ¿Qué fue primero: el huevo o la gallina?
Hoy fui
atacado por un perro.
Sin dobles
sentidos: yo caminaba, sumido en mis cavilaciones cuando un can (en realidad un
pequeño can choso) surgió de no sé dónde, haciendo un escándalo digno del
apocalipsis y corriendo en dirección a mí.
Cuando me
di cuenta de que el asunto era conmigo, desenfundé mi paraguas y lo desplegué
en dirección tal que se interpusiera entre mi humanidad y el hocico del cánido (Recordé
que hace muchos años un amigo me dijo que esa era la mejor defensa en estos
casos, pues neutraliza el ataque del animal). Pero entonces, llegamos (yo,
caminando y el bicho andando, ladrando, acezando e imponiendo su ley) a la
siguiente calle y allí se unió a la brigada otro canino. Yo mantenía mi arma de
defensa desplegada, pero ahora no sabía en cuál dirección colocarla, pues los
dos animales armaron sendos frentes a 90 grados, uno a mi costado y el otro a
mi espalda, así que ya la cosa se iba poniendo color de hormiga. Entonces,
parece que crucé su umbral territorial y las dos bestias cesaron su escándalo y
regresaron a sus sitios de partida.
Qué
historia tan insípida. Eso no tiene ninguna gracia. No hubo golpes ni heridas,
ni sangre, ni intervención de las autoridades, ni siquiera la sirena de una
patrulla ni de una ambulancia. Así es, pero me llevó a hacer algunas
reflexiones.
La verdad
es que, lo de desplegar el paraguas fue mi segunda idea, pues la primera fue la
de responder a la agresión, pero muy a tiempo recordé que un ciudadano común y
corriente como yo, que no puedo decir el famoso “usted no sabe quién soy yo”,
porque en realidad casi nadie sabe quién soy yo, está desprotegido y lleva
todas las de perder en un caso como este.
Justo en
estos días los medios se regodean con la historia de un señor que mató a
puntapiés a un perro muy “fino” (con nombre anglosajón y tal), que mordió a su
hijo. Le armaron matoneo (lo que algunos conocen sólo como “bullying”, los cultos, porque otros dicen "bluyin") en las redes sociales, le
hacen manifestaciones en su casa y en su lugar de trabajo y pienso que quizás
terminará sancionado, multado, en la cárcel o tendrá que irse del país. Y
muchos sonríen y dicen cosas como “si, es que esa intolerancia es inadmisible
en esta época. Pobrecitos los animalitos”. O se enfurecen por el hecho, pues es
obvio que el perrito no hubiera podido matar al niño.
Así que se
trata de dos historias, muy diferentes, pero que quizás comparten detalles de
sus comienzos: un animal supuestamente domesticado, pero cuyo dueño no está con
él, que no tiene bozal ni traílla y que está abandonado a sus instintos, agrede
por la razón que sea a un humano. Pero, según una ley que abogan los defensores
de los animalitos, estos SÍ SIENTEN. Y ellos sí tienen sensaciones y
sentimientos. Sólo que no son tan inteligentes como los humanos, pero de resto
son iguales. El humano, pues, no tiene sentimientos, no puede sentir miedo ni
ira. Debe mostrar que es la parte inteligente de la ecuación y con dulces
frases y movimientos cuidadosos debe retirar al pobre animalito (así sea de la
yugular o la ingle de su hijo), para que no vaya a causar ningún daño.
Así que si
un humano agrede a un animal, está siendo un delincuente, de la misma talla que
tantos otros que llenan su boca porque pueden decir “usted no sabe quién soy
yo”. A nadie se le ocurre que si un humano decide tomar en custodia un espécimen
de otra especie, bajo el supuesto de que esa especie es inferior (no sé de
dónde sacan eso), debe hacerse cargo y ser totalmente responsable de los actos
de ese ser “inferior”. Debe alimentarlo y recoger sus excretas, debe educarlo y
evitar que se acerque a quienes no quieran o no tengan por qué tener contacto
con su animal y debe respetar a quienes piensan diferente a él.
Lo que está
ahora de moda es que los humanos “quieren” a los animales. Llegan incluso a
arriesgar su propia vida por salvar a un animal que está en peligro. Pero esto
ha dado lugar a una serie de lo que yo considero aberraciones, como:
1.
Considerar
que unas especies animales valen más o son más importantes que otras.
¿Qué le da
derecho a la especie humana a encerrar a un animal más pequeño o indefenso como
un ave o un hámster?
Escogen
cuál especie y aún cuál raza de perro o de gato es apta o “le gusta” para que
sea su mascota. ¿No son iguales todos los animales? ¿Por qué los de su
preferencia son mejores que los otros? ¿Le enseñan a sus gatos a no matar a los
pobres ratoncitos? ¿Permiten el ingreso de mascotas a las corridas de toros?
¿Y por qué
sí se puede matar a un zancudo o a una pulga, pero no a un perro? ¿Defenderían
con el mismo ahínco a un alacrán o a una víbora? ¿Qué haría uno de estos
“defensores” si uno de esos animales ataca a un hijo suyo? ¿Cómo luchan contra
la matanza de reses, pollos, pavos y demás que constituyen alimento para los
humanos?
2.
Considerar
que las mascotas son iguales a humanos.
Comparten
su cama, su mesa, su plato, sus parásitos. Los visten, los besan y les dejan
herencias. No critico su conducta, porque cada quien es libre de hacer lo que
quiera, pero no tiene que gustarme. Preferiría que lo hagan en privado. Y si se
pueden besar ¿también pueden tener sexo sin ser criticados? ¿Esa no sería la
máxima expresión de amor por sus animales?
3.
Considerar
que las mascotas son superiores a los humanos
Hay quienes
dicen que aman a su mascota más que a sí mismos. Es decir, como se supone que
amen a sus padres o a su dios.
Y con ello,
decidir que una persona puede ser agredida, vituperada, sancionada para pagar
el descuido de los “dueños” de un animal, quienes deberían tener la obligación,
ante todo, tanto de responder por sus deberes, como de cuidar los derechos, no
solo de sus animales, sino también y por igual, los de sus congéneres humanos.
Entre mas conozco a esos perros!!! mas prefiero a mi gato :) :)