29 de junio de 2017

Psicostasia: El salón de las dos verdades

,
Según los egipcios, morir era tan complicado como haber vivido y si no se aprobaba el examen final, de nada habría servido vivir ni morir.

Primera parte: El Chisme
Osiris era el dios de los muertos. Llegó a esta condición luego de que su hermano Seth lo asesinó y porcionó su cuerpo en 42 presas que esparció por todo el reino antiguo (el cual quedó entonces dividido en 42 regiones). Osiris estaba casado con Isis, pero tuvo una aventura con la hermana de ésta, su cuñada Cosis, quien era recuñada, pues además era la esposa de Seth y de este modo quedó acuñada por partida triple. Las malas lenguas dicen que también tuvo un hijo con ella, Anubis, quien fue el encargado de reunir los 42 pedazos de su padre y armar el rompecabezas, con lo cual se convirtió en el dios de los embalsamadores.

Desde entonces, Osiris era el encargado de admitir o negar la entrada al reino de los dioses a los mortales. Esta resultó ser para Osiris una ingeniosa manera de vengarse de Seth, pues cuando éste finalmente entregó sus papiros y llegó a la sala de las dos verdades, se encontró con que debía rendirle cuentas a su hermanito para poder ingresar. Sobra decir cuál fue el resultado. 

Segunda parte: El salón de las dos verdades
Para los egipcios era muy importante la integralidad del ser y por eso inventaron la momificación, con el fin de que cuando alguien falleciera, su cuerpo se mantuviera debidamente intacto hasta después de que el finado se presentara ante Osiris para su juicio final y que su corazón (depositario de la conciencia) fuera evaluado en la sala de las dos verdades para definir si podía ingresar al reino de los dioses. Esto fue un mandato de Anubis, quien tuvo que camellar bastante para lograr organizar de nuevo el cuerpo de su padre y dictaminó que nadie debía estar desmembrando cuerpos por ahí a la topa tolondra.

Cuando un egipcio moría, debía atravesar el valle que separaba el reino de los vivos del reino de los muertos. Dicho valle estaba lleno de espantosos peligros, por lo cual el clero de la época ideó el Libro de los muertos (una especie de waze antiguo), con el cual el difunto podría guiarse para sortear las dificultades del camino y llegar sano y salvo ante Osiris y su corte suprema. Lo único que se requería era que fuese capaz de seguir instrucciones, haber aprendido a interpretar jeroglíficos, tener habilidad para resolver sudokus y conservar un último aliento para cargar los 37 metros de papiro que constituían el libro. Con su manual bajo el brazo, llegaría finalmente a la sala del juicio donde estaba Osiris, el descuartizado, con sus 42 partes (puede uno imaginarse el grado de resentimiento de cada parte, en una sociedad que propugnaba por la integralidad del ser) convertidas cada una en un juez: El salón de las dos verdades. 

Tercera parte: El juicio
El corazón del occiso se colocaba en un plato de una balanza, mientras en el otro estaba la pluma de la verdad de la diosa Maat. Al difunto le formulaban dos preguntas dos partes del cuerpo de Osiris, seleccionadas al azar. Esto no era otra cosa que un primitivo detector de mentiras, pues con una respuesta falsa, el corazón se hacía más pesado y quedaba como una ciruela pasa (de ahí viene la expresión “se me arruga el corazón”) y eso hacía que la balanza se inclinara en contra del interrogado. Desde tan remotas épocas se han utilizado métodos para detectar a los mentirosos, aunque hay que reconocer que éste si era mucho peor que la prueba del platón. Es seguro que todos los egipcios llegaban a esta prueba muertos de miedo. 

Para enfrentar a toda esa gallada de dioses en el salón, el difunto no estaba desamparado. Había unas reglas claras bajo las cuales se realizaba el examen:

1. Eran dos preguntas y dos respuestas, nada más. Las preguntas eran siempre de índole personal, sobre el desempeño del interrogado en su vida terrenal, así que este era el único poseedor de la verdad. No había ni las posibilidades ni los medios para consultarle a nadie. Nada de que la llamada a un amigo, o que el 50/50 ni nada de eso.
2. Las preguntas eran orales y se debía responder oralmente, pero el dios Toth hacía de escribano, tomaba nota de todo y levantaba un acta de lo ocurrido, por si había una demanda posterior.
3.  Las preguntas eran abiertas. Nada de selección múltiple ni boleanas, así que el pinochazo no era posible. Siempre se referían a algo que el cuestionado había hecho o dejado de hacer, conocía, estudió, aprendió, practicó, es decir, era sobre todo lo visto en su vida. No le iban a preguntar lo de otras carreras u otras vidas.
4.  Al principio no había un tiempo límite para responder, pero luego, como habían ido llegando muchos charlatanes, de esos que no saben otra cosa más que dar vueltas y vueltas sobre el tema para enredar mientras se les ocurre qué inventarse con el fin de salirse por la tangente, se determinó que tres chasquidos que diera Ammit, el monstruo devorador de corazones, pasando su lengua por sus filudos colmillos eran suficientes y que, si no había respuesta en ese lapso, el corazón sería devorado, así no se hubiera arrugado. Eso eran como 30 segundos, más o menos.
5.  Si sus respuestas eran falsas (aunque fuera sólo una de ellas), su corazón era arrojado a Ammit, un ser con cabeza de cocodrilo, la parte delantera de león y la trasera de hipopótamo, como cualquier egipcia con varios años de matrimonio encima y que siempre estaba ansioso por comerse el corazón del enjuiciado, lo equivalente a quitarle hasta el alma. (Como cualquier egipcia con varios años de matrimonio encima), quien se lo tragaba, impidiendo de esta manera que pudiera retornar al cuerpo (como haría una egipcia que nunca hubiese estado casada) y, por consiguiente, el difunto se convertía en un espectro errabundo, sin derecho a entrar al paraíso, condenado al infierno eterno.
6. Si sus respuestas eran correctas, podía habitar de nuevo su cuerpo momificado y así ingresar a disfrutar de una maravillosa vida eterna, rodeado de diosas y dioses. Y, además, todo completico para que el goce fuera total. 

Cuarta parte: Las preguntas
La de esas misteriosas preguntas fue, sin duda, la cuestión más consultada a las pitonisas (que los egipcios llamaban Obis), pues tanto en aquella época, como en la actual, siempre nos ha producido gran ansiedad conocer de antemano las preguntas y las respuestas de un examen, sobre todo cuando no se ha estudiado y no hay posibilidades de sentarse junto al “pilo” del salón.

El problema aquí consistía en que nadie había vuelto del mundo de los muertos, así que no había repitentes ni egresados. Nadie a quien consultarle nada sobre sus propias experiencias con lo del juicio. De modo que, ante el temor a lo desconocido, todos los egipcios acudían, confiando plenamente en el proceso de la adivinación, a consultar sobre cuáles podrían ser las preguntas que decidirían su destino para la eternidad.

Las únicas pistas conocidas con certeza fueron las preguntas que el corazón y el muslo izquierdo de Osiris le hicieron a Seth cuando este llegó al salón de las dos verdades. Obviamente, su difusión se debió a la necesidad de hacerle publicidad al hecho de que descuartizar a un hermano no es una buena idea y que esto es algo que tarde o temprano le será cobrado al infractor.

El corazón le preguntó: ¿Fuiste feliz en tu vida? Se esperaba un rotundo NO (luego de lo acontecido), pero Seth respondió SI y su corazón permaneció incólume, lo cual desconcertó a todos los presentes en el salón, porque nadie quiere tener a un descuartizador, enamorado de su trabajo, conviviendo en el mismo jardín. Y menos, si esto será por toda la eternidad.

La pregunta del muslo, más contundente y demoledora, finalmente fue la que condenó a Seth al infierno eterno. Con un gesto de dolor interno, le espetó: ¿Cómo se llama el nervio que inerva mi parte anteroposterior? Seth, que había trabajado de muchacho en una pollería donde aprendió a despiezar, nunca se preocupó por estudiar lo que cortaba y claro, contestó mal.


Quinta parte: La copialina
Esta pista sirvió de base a toda clase de especulaciones posteriores, a partir de las cuales las pitonisas se las ingeniaron para elaborar un curioso banco de preguntas, el cual suministraban a sus angustiados clientes para que hicieran la copialina respectiva.

En el año de 1935, una expedición francesa que buscaba los restos de Amenofis IV, encontró, en una pequeña población llamada Edtú, cercana a Luxor, la momia en perfecto estado de una de las pitonisas más afamadas del antiguo Egipto. En su tumba, tras varios meses de excavaciones y con el concurso de miles de expertos, encontraron y descifraron una inscripción que se hallaba tallada debajo del sarcófago y en la cual se podía leer la anhelada lista de aquellas preguntas catalogadas como las más difíciles de contestar y que, de seguro, le reportaron enormes ingresos a la adivina.

Transcribimos aquí una parte que se logró traducir y adaptar a la época actual y que les facilitamos para que se pongan a estudiar, no vaya y sea el diablo (o Ammit para el caso):

¿De qué color era la blusa de su mujer el día que la conoció?
Mencione los nombres de las 42 regiones del reino antiguo
¿Qué hubiera preferido saber: la fecha o la causa de su muerte?
¿Por qué las mujeres abren la boca cuando se maquillan los ojos?
¿Cómo se llama el pesaje de las almas?
¿Qué se le paraba siempre que daba un beso?
¿Qué es y aún no es y cuando sea dejará de ser?
¿Cómo se llama la arteria que une el dedo meñique con el corazón?
¿Qué es algo y nada a la vez?
¿Supo usted conciliar su desempeño con las necesidades de su consorte?
¿Qué animal camina en cuatro patas en la mañana, en dos a medio día y en tres al anochecer?
¿Qué recuerda de su primer beso?
¿Cuál es su mayor arrepentimiento?
¿Qué es lo que siempre se negó a compartir?
¿Cuál es una pregunta a la cual nadie podría contestar de forma afirmativa? 
¿Por qué el agua sólo arruga los dedos de los pies y de las manos?
¿Cuál es la única estrella que no brilla?
¿Cuáles números sumados y multiplicados entre si dan siempre lo mismo?
¿Qué cosa es que, entre más grande, menos se ve?
¿Por qué la luna no se cae?
¿Quién dijo que yo no soy yo?
Si pronuncias mi nombre ya no existo. ¿Quién soy?
¿Cuál es el color del retardo?
¿Cuál es el instrumento musical que sólo tiene una cuerda?

Infortunadamente, no estaban las respuestas. ¿Alguien las sabe?

2 comentários to “Psicostasia: El salón de las dos verdades”

  • 10 de agosto de 2021, 3:39 a.m.
    Duvan says:

    Conozco la mitad de las respuestas pues ! Que tal! Pareciera imposible no?

  • 27 de agosto de 2021, 8:57 p.m.

    Gracias por leernos, Duván.
    Pues, pareciera que hiciste trampa (¿dónde conseguiste la copialina?) o eres una momia o te faltó consultar a la pitonisa para que te habilitara la otra mitad.

Publicar un comentario

Si quiere comentar este artículo escribalo en la casilla siguiente. Para que le podamos contestar, por favor incluya su nombre seleccionando comentar como y nombre/url. Seleccione luego publicar.

 

Pídase la otra Copyright © 2011 -- Template created by O Pregador -- Powered by Blogger Templates